Hace entre 5.000 y 9.000 años, en la provincia de Sinope, norte de la actual Turquía, aconteció un hecho de espectacular magnitud histórica. Un acontecimiento de tales características que lo ha llevado a convertirse en el pilar de la hipótesis que propone al ‘Gran Diluvio’ bíblico como una tergiversación exagerada de sucesos reales.
En septiembre del año 2004, una expedición submarina llevada a cabo en el Mar Negro por parte de un conjunto de instituciones (entre ellas la National Geographic Society), concluyó que dicho mar no fue siempre tal y como lo conocemos en la actualidad, sino que se originó a partir de un inmenso lago, particularmente grande, que en un determinado momento de la historia comenzó a ensanchar sus cauces de una forma inusualmente rápida.
Tal fue la velocidad con que se elevó el nivel de aquellas aguas, que los pobladores de un área aproximada de 150.000 kilómetros cuadrados en torno a ellas se vieron obligados a desplazarse, sin tregua, en busca de tierras más seguras. Gentes que huyeron dejando atrás viviendas, herramientas y otros indicios que permitieron a la expedición de submarinistas liderada por el famoso oceanógrafo Robert Ballard descubrir la existencia de asentamientos humanos en una porción de tierra que hoy yace a unos 100 metros de profundidad, bajo la masa de agua más pobre en oxígeno de todo el planeta.
Este llamativo hallazgo, realizado bajo las aguas del Mar Negro, no solo contribuyó a enriquecer los conocimientos históricos acerca de un tiempo en el que el Próximo Oriente sufrió graves alteraciones a nivel hídrico, sino que planteó también el interrogante de cuál fue la causa que provocó una alteración de tales proporciones.
Así fue como científicos y divulgadores volvieron a poner en boga un tema clave para la comprensión del desarrollo histórico de la civilización y de las distintas etapas climáticas por las que ha atravesado la Tierra. Un tema enlazado no solo con la tradición judeo-cristiana, sino también con muy diversos mitos procedentes de las culturas más dispares del mundo: “El Diluvio Universal”.
En la actualidad, las hipótesis que proponen la crecida del Mar Negro como consecuencia de una lluvia de proporciones planetarias, se ven obligadas a refutar una gran cantidad de leyes científicas, la mayor parte de ellas geológicas, que los investigadores han establecido en base a observaciones empíricas a lo largo de los años.
En primer lugar, los geólogos escépticos proponen que, de haber sucedido un diluvio de estas dimensiones, deberíamos encontrar un estrato a nivel mundial de arcilla cubierta de guijarros, cieno, cantos rodados y otros elementos. Para ellos resulta curioso que esta capa no pueda encontrarse. Más aún cuando la inundación narrada por la Biblia habría tenido lugar en una época tan reciente como hace ‘sólo’ unos 5.000 años.
Asimismo, opinan que tampoco deberían hallarse los diferentes estratos fósiles estudiados actualmente, con diversas especies animales y vegetales ocupando capas específicas del suelo. Siguiendo una lógica diluviana, los restos animales de especies anteriores a la gran inundación (incluyendo los extintos dinosaurios) deberían hallarse en un solo estrato, sin distinción alguna. Sin embargo, la paleontología contradice estas suposiciones por completo.
Los ejemplos citados parecen ser solo la punta del iceberg de los argumentos que refutan una inundación global. No obstante, muchos de tales razonamientos son rebatidos, con idéntica pasión, por los científicos “diluvianos”.
De hecho, descripciones como fueron rotas todas las fuentes del gran abismo o las cataratas de los cielos fueron abiertas, relatadas en el Génesis, son respaldadas por hipótesis que, aunque increíbles, son imposibles de descartar por ser coherentes con la realidad.
Hipótesis y mitos
Una de estas “románticas” hipótesis propone que el planeta sí pudo haber sido cubierto hasta en sus picos más altos: los diluvianos calculan que si la geografía terrestre sufriera un “emparejamiento” de su superficie, aplanando montañas y elevando las profundas fosas marinas, la Tierra entera quedaría cubierta por unos cuantos kilómetros de agua. Hipótesis contraria a los cálculos que afirman que toda el agua suspendida en la atmósfera solo alcanzaría a cubrir unos modestos 3 centímetros de toda la superficie terrestre.
Según la “teoría de la envoltura”, en tiempos de Noé las capas superiores de la atmósfera contenían una cantidad sustancial del agua que hoy conforman los océanos. Esta agua fue la que cubrió más tarde todo el planeta y la que luego se retiró hacia las fosas oceánicas, creadas por violentos movimientos tectónicos verticales, que dieron lugar, asimismo, a toda la orografía conocida actualmente. Algunos científicos creen que la teoría de la envoltura hace referencia, justamente, a las cataratas de los cielos que pudieron condensarse gracias al polvo generado por varias erupciones volcánicas simultáneas.
Respecto a los mitos extra-bíblicos sobre un diluvio purificador, estos pueden hallarse en las culturas hindú, sumeria, griega, acadia, china, mapuche, maya, azteca, y pascuense (Isla de Pascua) entre otras. Varias de ellas parecen poseer denominadores comunes con una similitud asombrosa. Entre los patrones más repetidos se cuentan el anuncio celestial desoído por el pueblo, la construcción de arca para preservar las vidas del diluvio, el diluvio en sí mismo y la posterior restauración de la vida sobre el planeta.
Un ejemplo claro de esta similitud lo brinda la historia mesopotámica oriental del diluvio (pre-bíblico) en la que “Ea” advierte a Utanapistim, rey de Shuruppak, sobre el castigo que espera a la humanidad por su grave grado de degeneración moral. Utanapistim recibe instrucciones para construir una embarcación con la forma de un cubo de seis pisos, en la que debe incluir una pareja de ejemplares de todas las especies animales, así como semillas y a su propia familia. De esta forma, Utanapistim sobrevive al diluvio varios días, hasta que suelta un ave para comprobar la cercanía de tierra firme y, una vez en ella, sacrifica un animal a los dioses.
En busca del arca de Noé
Un punto aparte que añade peso a la controversia bíblica son las evidencias fotográficas y físicas de un objeto de gran porte incrustado en el Monte Ararat, donde según narran los textos bíblicos, reposó finalmente el arca de Noé.
A comienzos del año 2006, el profesor Porcher Taylor de la Universidad de Richmond afirmó que, según un extenso estudio llevado a cabo durante años mediante fotografías vía satélite, no existen dudas de que a 4.663 metros de altura sobre la vertiente nordeste del monte Ararat se encuentra incrustado un extraño objeto que coincide perfectamente con la descripción del arca bíblica. Dichas imágenes del monte Ararat han despertado la curiosidad de gran cantidad de científicos desde su descubrimiento en 1974.
Asimismo, varias expediciones de investigadores han logrado recuperar desde mediados del siglo pasado restos de madera petrificada, así como 13 poderosas anclas de piedra, en zonas próximas a donde se supone que se halla este posible tesoro arqueológico. Incluso se han realizado pruebas de ultrasonido que han revelado la existencia de una estructura muy extraña a una gran altura sobre el nivel del mar.
Por tanto, a pesar de la multiplicidad de textos de diversas culturas que “documentan” un diluvio duradero provocado por ciertas divinidades, la magnitud y duración de tal evento parece ser un punto clave de discusión, incluso para los defensores de tales hipótesis.
Así, mientras una fracción ínfima de científicos defiende que una gran masa hídrica cubrió la Tierra por completo, los estudios geológicos prácticamente tachan de imposible un suceso de este tipo. Del mismo modo, mientras que algunos textos nos narran el desarrollo de la humanidad a partir de la salvación de menos de una decena de personas, hasta el momento la ciencia opina que, realmente, un suceso climático catastrófico azotó al planeta, de forma global, hace entre 5 y 7 milenios. Pero una cantidad no definida de seres humanos tuvo la capacidad de continuar adelante en determinados puntos continentales y de transmitir el relato de lo acaecido a las generaciones venideras.
Hasta el instante en que las pruebas decanten la balanza en una u otra dirección, las descripciones de los tiempos en los que una gran inundación purgó los pecados del hombre serán tomadas como un mito para algunos, como un hecho veraz para otros, pero sobre todo, como un verdadero enigma para muchos.
0 comentarios